Había un personaje cuyo nombre real he olvidado. Le
conocíamos por la frase o el sonido que el emitía, es decir, jabah tell la, en
un árabe macarrónico que nunca supimos que era. El personaje que era muy
conocido de todo nuestro círculo de
adolescentes, no era la primera vez que iba a ponerme en situación, digamos
comprometida.
Recuerdo una tarde en la que hallándome en la cafetería El
Continental en unión de Ramón Navarro y Carlos Mas, se acercó a nuestro velador y se sentó sin
nadie haberle invitado. Allí se le acerca el camarero y le pide un refresco, un
Kist, que era lo que de moda estaba en esa época.
Como ninguno de nosotros le dijo nada se dedicó a hablar con
los musulmanes que sentados en veladores contiguos, tomaban té con hierbabuena.
Les pide unos francos, dinero de entonces, que no les dan
pero les pide más tarde también una pluma o lápiz para hacer alguna anotación y
al serle concedida por un notable musulmán, se levanta y da un grito: ¡¡ Viva
el rey Hassan II, Viva Franco!! Nadie le hace caso. Pero está sentado en
nuestra mesa lo que nos hace en cierto modo cómplice de su extravagancia.
No recuerdo como salimos de aquel percance. Creo que sí le
veíamos nos dábamos la vuelta, si podíamos esquivarlo.
Jaba tell la, pronúnciese guturalmente y acentuando el tell
al estilo catalán, no era una persona que nos pareciese muy centrado. De edad algo mayor que la media de
la pandilla que rondaría los dieciséis,
no recuerdo que estuviese matriculado en
ninguno de los centros académicos de la ciudad.
Era una de esas tardes en las que casi nunca solía pasar
nada, salimos a dar la clase de inglés en casa de don Juan Reveriego. Este
vivía en el Barrio de Muley Hasan . Lo digo en plural porque a esa clase
asistíamos mi hermana Isabelita y yo.
No estábamos en el Barrio Muley Hasan sino en pleno centro de Tetuán, concretamente
en la calle General Sanjurjo nº 3, casi frente al Revertito, donde vivíamos con
nuestros padres.
Aquella clase no era reglada ni algo que se le parezca. Don
Juan era un compañero de nuestro padre con el que le unía gran amistad, y al
enterarse de nuestro deseo de ampliar nuestro conocimiento de la lengua de
Shakespeare nos invitó a compartir una hora en días alternos.
El método seguido por el maestro era uno de los en boga en
aquel tiempo, que no era otro que el Método Assimil, titulado “El Inglés sin esfuerzo” tan conocido y tan aludido en chistes hoy.
Para ir a casa de Reveriego había que ir en un trolebús que
tomábamos en la plaza Primo. Los antiguos residentes en Marruecos la recordaran
como el principal centro de encuentro en Tetuán.
Nos dirigíamos aquella tarde al trolebús con el librito amarillo( Método
Assimil), cuando veo que se acerca Jabah tell la. Por mucho que intenté
esquivarlo no logré despistarlo, me dice que le presente a la chica que me
acompaña. Y se establece este diálogo:
-Hola José Manuel ¿Dónde vamos?
-Tú no sé. Nosotros vamos a clase de Inglés.
-¡Qué bien! Vamos
- ¿A dónde vas tú?
-Yo con vosotros, a la clase de inglés
-No puedes, tú te vas, no puedes venir con nosotros.
Comoquiera que la
hora de la clase se aproximaba, le hice un guiño a mi hermana al objeto de que
me siguiera y salimos corriendo. Mi hermana extrañadísima, no entendía nada de
lo que pasaba, y casi empujándola logramos subir al trolebús .
Entramos con unos minutos de retraso en la clase. Don Juan,
gaditano como nosotros, gustaba de
contarnos algún chiste o anécdota que se relacionara con cosas de Cádiz.
También gustaba de contarnos aventurillas de cuando él era colegial o boy scout
en una patrulla de la que era fundador.
No habían pasado ni cinco minutos desde que entramos cuando
llaman a la puerta. Era Jabah tell la que le decía a la criada que quería
hablar con el director.
En ese instante yo le
digo a Don Juan que quiero salir que hay un tipo extraño que nos persigue. Don
Juan no da crédito a lo que oye. Salgo de la clase a fin de acabar con la
comedia del singular personaje. Yo trataba de decir por seña a la criada que
estaba loco, con la clásica forma de girar el dedo índice en la sien y la señora que lo entendió al instante,
trató de negociar como mejor supo.
Pudo pasar más tiempo del que ahora recuerdo hasta que pudo la señora desembarazarse del caradura,
jeta, majarón o como queráis llamarle.
Y ahora no sé por qué
he escrito esta anécdota, ni que extraña conexión pueda tener con los diferentes políticos o cualquier
personaje que más suena en los medios actualmente.
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