jueves, 10 de mayo del 2012 a las 23:00
Hacía calor en ese día de junio. El mar como un plato brillaba y parecía un espejo, Ahmed sin despojarse del saragual se lanzo al agua de la playa.
Los cárabos, esos barcos de color negro descansaban varados en las grises arenas de Uad-Lau.
Ahmed Ben el Aiachi no era un avezado nadador precisamente, pero esa tarde decidió nadar mar adentro y al cabo de algún tiempo, mas bien poco que mucho, se divisaba un hombre que se sumergía y se alzaba en un angustioso sube y baja.
En aquel momento yo, que estaba con unos amigos jugando en la orilla, me di cuenta del dramático momento y pude avisar al teniente Rodriguez que casualmente venia galopando desde el campamento de la Mehala, en el precioso caballo bayo que era su favorito.
Sin apenas mediar palabra el teniente comprendió la situación. Ordenó enérgicamente a otro musulmán que dormitaba junto a uno de los cárabos que le siguiera, y como este remolonease, se depojó rápidamente de la polainas de montar y vestido se lanzó al agua.
Nadó sin descanso hasta llegar al desesperado Ahmed que ya burbujeaba y se hundía en las aguas tranquilas de la playa. Con la mano bajo la barbilla de Ahmed, el joven y decidido teniente nadaba con rapidez, angustiosamente, remolcando al indígena hasta alcanzar la orilla.
Inmediatamente despojó al yaciente Ahmed de toda indumentaria torácica y colocó al mismo en la posición idónea que recomiendan las ordenanzas de los auxilios de socorro en estos casos, esto es elevando el abdomen y estrujando.
Ahmed no repiraba. Presionó el puño con rápidas compresiones en el abdomen, no puedo recordar las veces que repitió esta operación; Rodriguez y los curiosos nos desesperábamos, hasta que el marroquí arrojó el agua como una tromba y tosió y respiró agitadamente. Fué entonces cuando mis amigos y yo llenos de emoción, comenzamos a aplaudir al joven teniente Rodriguez que había salvado la vida de Ahmed.
Acciones como esta se repitió en casos de ayuda de los españoles en aquel país, que a pesar del tiempo transcurrido no hemos podido olvidar.
Jamás supe por qué extraña razón, Ahmed, ese morito de no más de veinte años se lanzó al mar aquella tarde del lejano 1900
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